Diez días para un concierto

Un grupo de fans pasa la Semana Santa en la puerta del Palacio de los Deportes para asegurarse la primera fila del concierto de Tokio Hotel

A la una de la tarde, las amistades forjadas en diez días se ponen a prueba. Es el tiempo que un grupo de fans de Tokio Hotel ha estado en la puerta principal del Palacio de Deportes compartiendo objetivo: verles en primera fila. Han dormido a la intemperie, han organizado la llegada con números y han pasado lista dos veces al día para que nadie se colara. Todo por ver a sus ídolos. Anoche actuaban en su primer concierto en solitario en la capital, después del festival Rock in Rio en 2008.

Cinco horas antes, una nube de adolescentes grita. No están cerca sus ídolos, ni siquiera han abierto las puertas del pabellón deportivo (lo harán a las 19.30). La policía local trata de organizarlas en filas para que, cinco horas después, entren ordenadamente. Es prácticamente imposible. Se mezclan las lágrimas, los nervios, el cansancio y los churretes en los que se están transformando las pintadas de sus caras. Para muchas es su primer concierto. Algunas sufren los primeros desvanecimientos. "El problema es que nos habían dicho que habría tres puertas de acceso y al final habrá cuatro y se quieren colar los que acaban de llegar", explica Yolanda, que luce orgullosa su pulsera con el número seis (lo que significa que fue la sexta en llegar). Está afónica, han sido muchos días de espera. ¿Y las clases durante este tiempo? "Era Semana Santa, no había clase", contesta con una media sonrisa.

La expectativa de la empresa organizadora, Planet Events, es de hasta 6.800 asistentes. La capacidad del Palacio es casi del doble: 13.000 personas. En las puertas se agolpan en torno a 300. Diez chicas tratan de organizar la marabunta. Una de ellas, que se llama Fátima y tiene 15 años, se sube a los hombros de un chico y comienza a gritar: "¡A ver, echaros para atrás por favor. Quedan cinco horas, si no nos organizamos, van a suspender el concierto! ¡Los que no tengan número, para atrás!". Su súplica no tiene éxito. Los que acaban de llegar dicen que si los de adelante no se retrasan, ellos tampoco. "¡Joderos, coño, joderos!", grita una de las amigas de Fátima. "¡Los caraduras de Barcelona se quieren colar!", advierte otra chica que acaba de salir de la masa entre lágrimas. Se refiere a un grupo que viene de ver al grupo la noche anterior en la capital catalana. En su defensa, los barceloneses alegan que no podría haber llegado antes y que tienen el mismo derecho a ver a sus ídolos en primera fila.

Las organizadoras repartieron números, pintaron con rotuladores en las manos de las que iban llegando su puesto en la fila e incluso repartieron brazaletes de tela para identificarlos. Hasta el 298, la misma mañana del show. Pero los fans han llegado de todas partes. Una chica de Las Palmas se queja a un agente de la policía local, que se encoge de hombros y responde: "esto pasa en todos los conciertos". "¡Es injusto!", dice la chica. "No es un injusto, es ilógico que hagáis esto", le responde el municipal.

Algunos padres revolotean alrededor. Uno de ellos alarga una bolsa de patatas a una joven que acaba de sufrir un desvanecimiento: "que coma algo, por favor". Otra madre tira del brazo de su hija, que gimotea, delante de un agente de policía local: "Lleva tres noches durmiendo aquí y ahora le han echado de la fila". Otros padres se limitan a recoger el campamento montado por las chicas: sacos de dormir, mantas y mochilas. Muchos no acudirán al concierto, pero quieren estar seguros de que sus hijas están bien. No es el caso de Esneda, que viene desde Santander. Llegó con su hija anoche, pero han preferido dormir en un hotel. "Cuando hemos llegado ya no estaban dando números, así que nos hemos puesto detrás".

Al final del barullo esperan tranquilas Verónica, de 15 años, Tania, de 16 y Yaiza, de 17. Para las dos primeras es su primer concierto del grupo. Para la mayor, es el segundo. En el primero, que vio en Barcelona, le dio un ataque de ansiedad, reconoce con un poco de rubor. Compraron sus entradas en octubre y llevan en la cola desde las siete de la mañana. No han podido venir antes porque sus padres no les dejaron. "Pero por Tokio Hotel hago lo que sea", apuntala Verónica.

Un poco más allá, un barrendero se queja: "llevo aquí diez minutos y ya me he hinchado de quitar mierda". A la vuelta de la esquina, un minúsculo grupo de entre cinco y diez chicas espera apostado en la puerta de la calle Goya. Llevan toda la mañana ahí, pero no piensan pegarse con nadie para ver a su grupo favorito. Noelia y Claudia, de 15 años, vienen de Denia. Es su primera vez, pero esperan que desde aquí llegarán al mismo lugar que el resto. "Nosotros somos más inteligentes".







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